La Peña

Además de mí, habían otras doncellas a la espera de un mocito que venga por ellas y las invite a ingresar al baile, porque sin pareja nadie entraba por vergüenza a ser mal vista. A lo lejos una de las muchachas (con mejor vista) visualiza a unos mozos que se acercaban a buen tranco. Todas nos arreglamos el pelo y nos miramos en el espejo rápidamente y nos retocamos, antes de que llegasen, lo mejor que pudimos. Por mi infortunio y culpa de mandinga, vi (al llegar) que uno de ellos, era ese reserito, husmeador, haragán que me espiaba por la tarde y cobardemente huyó, y cuando me di cuenta de ello, le pregunté qué buscaba. En esta ocasión me miraba con un gesto picaresco como si insinuara que entre nosotro’ había algo más, una atracción física y sentimental (dije con tono asqueroso). Ahí estaba él con su botas, lo mejor lustrada’ posible, aunque de tan gastadas, se notaba que las usaba todos los días, y mejor de lo que estaban no las pudo dejar. También tenía una bombacha color marrón y una muy agradable camisa con un pañuelo, al cuello, rojo.
El reserito me eligió para que sea su compañía en el baile pero como me han aconsejado, la primera regla de la coquetería es hacerse la indiferente, por lo cual rechacé la invitación de él a entrar juntos al baile. Luego de esperar un rato y ver que ya nadie más se dirigía al baile y los que pasaron eligieron a otras muchachas, a las que quedaron solas, al igual que yo, les propuse que entremos solas sin ningún mocito, a divertirnos y pasarla bien esa noche, ya que estabamo’ ahí, bien vestidas y arregladas, no como todos los días, era una ocasión especial.
Comenzaron los rasguidos de los primeros acordes de las guitarras y del acordeón de una bella y movida polca. Pero nadie se movía, todos sentados, bebiendo sus tragos, conversando y cuidando sus pertenencias cautelosamente. Hasta que finalmente el dueño del baile irrumpió el silencio gritando con suficiente énfasis: “¡A bailar se ha dicho! ¡Agarren a sus parejas por la cintura y con soltura recorran toda la pista con suficiente altura!” Luego de ese pedido el salón se llenó, pero no nos perdimos de vista con el reserito, cuando se daba cuenta que lo miraba de inmediato volteaba la cabeza hacía otro lado. Todos los bailarines respetaban mucho a sus damas, marcaban distancia para que no haya contacto físico entre ellos y se mal interpretaran los deseos de ser solo participes de esa “Gran Fiesta”. A pesar de marcar distancia, el dueño del baile, controlaba que nadie se propase; con lo cual se les daba más seguridad y soltura a las mujeres que bailaban. Pasó una Polca, una Mazurca, una pequeña Tarantela, para los pueblerinos un alegre Pericón, pero la seguía sentada y aburrida, esperando que el reserito se decida a pedirme de bailar con él, pero no se animaba. Tal vez lo intimidaba yo o la cantidad de gente que había allí o tal vez, y más seguro y probable, que sea porque no sabía bailar. En el entremés del Pericón se acercó un muchachito que me pidió que bailara con él, y acepte para no aburrirme tanto. Luego de sonar tres acordes después del estribo miré hacia donde estaba el reserito y lo vi con carita triste y ojitos desorbitados, eso provocó que suelte a mi pareja y me fuera a sentar y a seguir esperando a que se decida a pedirme una pieza.
Finalmente el reserito sostenía la mirada en mí y se acercaba, me dijo un piropo, que por su expresión, sé que me sonroje. Acepté con una sonrisa y fui de la mano con él a la pista. Tuvo la suerte, tuvimos la suerte, que comenzaron a tocar un vals, con lo cual se sentía más seguro porque no necesitaba muchos movimientos. Pero me asusté cuando se me acercó y me apretujó y con la mano que tenía en mi cintura, se propasó y casi toca más allá. No tuve otra alternativa que decirle “soltame que sino te abofetearé y quedarás mal frente a todos” (con tono agrio), entonces fue que quitó la mano disimuladamente del sitio en donde la tenía y continuamos bailando, sin otro inconveniente, muchas piezas más, entonces comenzó con su galantería. Primero cantándome, al oído, suave y dulcemente la letra de la canción que sonaba. Me dejaba sin palabras y se me cortaba el aire, me sonrojaba y le devolvía el halago con una grata sonrisa.
Luego de unos minutos y ya cansados de tanto baile, nos fuimos juntos a tomar unos refrescos y poder hablar tranquilamente. Eso era lo que esperaba y quería, una charla amistosa y gustosa, pero para nada fue así. Ese reserito no sé que pensaba que era yo porque a las dos palabras que dijo me tiro la boca para besarme, de inmediato corrí mis labios y lo abofeteé. Además le dije “ansí que tenis otras intenciones pequeño bribón, con este golpón, no te harás más el besucón”, dicho esto salí corriendo, mientras lloraba por mi inocencia. Igualmente pasé una noche inolvidable.
Ya en casa, en mi cama pensaba en mi desventura y que no debía ser más tan niña porque si sigo así me quedaría para vestir santos; y ese reserito de verda’ me llegó al corazón. Y la vida no es como en aquellas historias de amor que me cuenta mama sobre el Don Quijote y su respetada y bella Dulcinea del Toboso. Mi romance era a la inversa de Romeo y Julieta, moría por alguien que no sentía lo mismo que yo. ¿Por qué a una, de niña le cuentan del príncipe azul? Si no lo hicieren seríamos menos pretenciosas y fantasiosas. ¿A caso Martín Fierro tiene una enamorada? No, los gauchos son solitarios, callados e inexpresivos, entonces ¿Por que sigo esperando a ese “Príncipe encantado”?


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©Marcos A. Robledo 2014

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